jueves, 12 de junio de 2008

Los libros y el reino del azar.

A modo de anticipo, se publica un fragmento de La biblioteca de noche (Norma), de Alberto Manguel, donde el autor reflexiona sobre las extrañas peripecias de los volúmenes que colman estantes y repisas sujetos al orden o al caos.Una biblioteca no es sólo un lugar de orden y de caos; es también el reino del azar. Los libros, aún después de tener asignado un estante y un número, conservan una movilidad propia. Abandonados a sus propios recursos, se reúnen formando agrupaciones inesperadas obedeciendo a reglas secretas de similitud, genealogías nunca registradas o intereses y temas comunes. En rincones desatendidos o en montones apilados junto a la cabecera de nuestra cama, en cajas de cartón o en estantes uniformes, a la espera de ser clasificadas y catalogadas en un día futuro muchas veces aplazado, las historias que los libros encierran se agrupan en torno a lo que Henry James llamó un "propósito general", que a veces escapa a la comprensión de los lectores: "El hilo en que estaban enfiladas las perlas, el tesoro enterrado, la figura en el tapiz".
Para Umberto Eco una biblioteca debería participar de la azarosa condición de un rastro. Los domingos por la mañana se instala un chamarilero en un pueblo vecino al mío. No tiene las pretensiones de los reputados rastros de París ni el prestigio de las ferias de antigüedades que se celebran regularmente en toda Francia. El chamarilero reúne un batiburrillo de objetos, desde enormes muebles rústicos del siglo XIX hasta trozos de encaje y brocado antiguos, desde piezas desportilladas de porcelana o cristal a tornillos oxidados y herramientas de jardinería, desde óleos lamentables y fotos de familias anónimas hasta coches en miniatura abollados y muñecas de plástico tuertas. Estos campamentos comerciales recuerdan las antiguas ciudades en ruinas imaginadas por Stevenson desde una perspectiva infantil, en su poema "Travel":

Allí iré cuando sea hombre
en una caravana de camellos,
y entre sombras haré un fuego
en un cuarto polvoriento;
pintados en las paredes veré héroes,
luchas y ritos, y en un rincón,
los juguetes de antiguos niños de Egipto.

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