lunes, 26 de mayo de 2008

Lo quiero YA !!


Lo quiero ya!

Las demandas de los hijos y la lectura adulta

A partir del análisis del título de esta nota, ROLANDO MARTIÑÁ nos lleva a reflexionar acerca de cuán clave es para la supervivencia ir más allá, expandirnos y explorar. Pero cómo ello se ve teñido por la circunstancia variable que plantea el “ya”, dando cuenta del verdadero problema: la negación del principio de realidad, el desconocimiento de lo exterior, de las condiciones de factibilidad, etc. Aprender y aceptar que existen “los otros”, que existen el tiempo y el espacio, y que ellos suponen el límite a nuestro deseo son instrumentos de vida importantes para grandes y chicos.



La frase del título – utilizada por personas de todas las edades, en diferentes ámbitos – es interesante para un análisis sintáctico-semántico. Veamos:
Lo, es el objeto directo de la oración; alude a un objeto, un bien, algo apetecible. Se refiere a una actitud que acompaña al ser humano desde los inicios de su hominización: su relación inevitable con lo otro, (y con los otros); con lo que está fuera de él y expresa de algún modo su necesidad radical: no me basto yo mismo. Tales bienes pueden ser materiales: útiles, armas, personas, o simbólicas, como reconocimiento, gratitud, atención, cuidado, amor… Según algunos autores, esa necesidad de lo otro y los otros, para resolver problemas acuciantes de supervivencia, fue el motor de la evolución. Ya fuera por estricta necesidad, por afán de ornamentación o de confort, o simplemente para lograr ser distinguido entre los semejantes, ese mundo de objetos – cada vez mayor y más diferenciado a medida que se avanza – formó y forma parte ineludible del desarrollo humano. O sea, es intrínseco a nuestra condición. Y, por lo tanto, es inútil querer prescindir de él.

Quiero, es el verbo. “En el principio fue el verbo…” dice la Biblia. Lo que algunos, como el poeta Goethe, han traducido como “En el principio, fue la acción”, y que otros, desde el ámbito psicológico, han interpretado “En el principio fue el deseo…”. Como quiera que sea, también acá, en estricta relación con lo dicho antes, la supervivencia y el desarrollo de nuestra especie, estuvo sustentada en ese afán incontenible de ir más allá, de explorar, de ampliar, de expandir. Adentrándose en nuevos territorios, inventando nuevas formas de tratar los alimentos para ampliar su dieta, convirtiendo un hueso o una rama en utensilio, o pintando, gratuitamente, las paredes de su cueva, el “quiero” ha sido y sigue siendo el motor fundamental. Algunos lo llamaron “voluntad de poder”(F. Nietzsche), otros “elan vital”( H. Bergson) o “eros”,(S. Freud). Pero, de un modo u otro, hay bastante coincidencia en que, tanto para la especie como para el individuo, el debilitamiento de ese impulso básico, de esa hambre de novedad y de contacto manifestado como interés, entusiasmo, energía, curiosidad, implica un alto riesgo de supervivencia para la vida humana. Por tanto, también en este segundo término del título –de la demanda-, nos encontramos con lo intrínsecamente humano, con una parte de nosotros con la que deberemos convivir, sin chance ninguna de prescindir de ella o de pretender erradicarla de la existencia. En otras palabras: el yo quiero, no es algo a corregir, no es algo “a educar”, en el sentido de que se atenúe o se convierta en otra cosa. Está y estará siempre ahí y lo que sí podrá “aprenderse” es cómo convivir lo más constructivamente posible con él.

Algo diferente ocurre con el “ya!”. Es un circunstancial de tiempo. Y, como tal, es algo que puede estar o no estar. Es una circunstancia variable, que no hace a la esencia de la cuestión como los dos términos anteriores. En realidad, este “ya” es el verdadero problema, porque implica, de algún modo, lo contrario de los otros términos. Ellos demuestran nuestra indisoluble conexión con lo otro, con el exterior, con el mundo, con lo que no podemos ignorar si queremos sobrevivir. El “ya”, en cambio, es egocéntrico, implica, de alguna manera, un desconocimiento de lo exterior, de las condiciones de factibilidad, de los obstáculos. O sea, una negación del principio de realidad.

En el “ya”, expresamos no sólo –como en “yo quiero” - la irrupción del núcleo más primitivo de nuestro cerebro, sino el rechazo a tomar en cuenta las regulaciones que surgen de la parte más evolucionada de él. Psicológicamente, sus manifestaciones pueden llamarse inmadurez, ansiedad, omnipotencia, torpeza u obcecación. Pero la buena noticia es que esa especie de impaciencia infantil, sí es educable, si es que entendemos a la educación como algo más que memorizar procedimientos o incorporar información.

En realidad, la educación - enmarcada en el proceso más amplio de desarrollo humano- debería ayudarnos a aprender y aceptar que existe lo otro, y sobre todo los otros; que existen el tiempo y el espacio, y por lo tanto, los límites a nuestro deseo. Aprender y aceptar que los asuntos humanos son complejos, se dan por medio de procesos y requieren persistencia en el esfuerzo y temple para sobreponerse a la adversidad. Aprender y aceptar que la paciencia es un valor, si no se trata de resignación, y la impaciencia un obstáculo, si no se trata de entusiasmo y motivación. Aprender y aceptar que pretender “todo ya”, es creernos el ombligo del mundo y, por tanto, a menudo abusar de los otros. Y más aún, que esa pretensión puede llevarnos, paradójicamente, a correr riesgos y perder mucho más de lo que soñamos ganar.

A mi entender, de estas cuestiones pueden y deben ocuparse las instituciones educativas, y afortunadamente lo están intentando cada vez más. Programas de Convivencia, propuestas de Mediación y resolución de conflictos, capacitación docente en estas áreas, relaciones entre Escuela y Familia, parecen mostrarlo así, superando una habitual tendencia resignada a culpar a la “sociedad actual”, con su estímulo al consumo y sus múltiples mensajes, y asumiendo una posición más proactiva que reactiva, frente a los tiempos - estos tiempos, los únicos tiempos – que nos tocan vivir.

Finalmente, una palabra también para los padres y adultos responsables en general: sería bueno que se entrenaran en las múltiples maneras de decir “no” a las demandas excesivas, sin encolerizarse ni pelear. Y en la posibilidad de responder a cada “Lo quiero ya!” con un: “ el “ lo quiero” es legítimo, lo comprendo y a veces lo comparto. El “ya!” lo tenemos que discutir… “

Lic. Rolando Martiñá*

Rolando Martiñá, padre de dos hijos y abuelo de cuatro nietos, es Maestro Normal Nacional, Licenciado en Psicología clínica y educacional. Posgrado en Orientación Familiar, convenio Fundación Aigle- Instituto Ackerman de Nueva York. Miembro del Programa Nacional de Convivencia Escolar, Ministerio de Educación de la Nación. Consejero familiar y de instituciones educativas. Autor de "Escuela hoy: hacia una Cultura del Cuidado", Geema, 1997; "Escuela y Familia: una alianza necesaria", Troquel, 2003; "Cuidar y educar. Guía para padres y docentes", Bonum, 2006; y "La comunicación con los padres", Troquel, 2007.Mail de contacto: rmartina@fibertel.com.ar

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